sábado, 24 de febrero de 2024

Colombia: Entre el desprecio y el orgullo

Es curioso escuchar a compatriotas colombianos que reniegan de su patria con un menosprecio casi admirable ¡O jactarse decir con seguridad: "eso solo sucede en este país"! Uno podría suponer que tal actitud surge de haber nacido por mera casualidad: quizás son descendientes de extranjeros y naturalmente sienten más afinidad por la nacionalidad de sus padres. O tal vez, incluso siendo nacidos en Colombia y provenientes de linajes colombianos, se sienten forasteros en su propia tierra. Quizá hayan pasado unos minutos en tierras extranjeras o, como es típico entre nosotros, simplemente admiran más las cualidades de otras naciones, preferiblemente aquellas "americanas", europeas o asiáticas (¡tal vez japonesas!), pues son consideradas las más desarrolladas, con los intelectuales más prominentes y ciudades ejemplares, aunque también carguen con el poco envidiable récord de mayores tasas de suicidio.

Lo irónico de estos patriotas de ocasión es que, a pesar de sus sátiras, se unen al coro de celebración cuando alguno de los nuestros triunfa en el mundo, ya sea un deportista subiendo al podio más alto. En esos momentos, el fervor patriótico brota de ellos como agua de manantial: se envuelven en la bandera nacional, entonan el himno nacional –aunque sea para criticarlo con disimulo–, o besan el escudo segun estos mismos, desactualizado. Claro, el entusiasmo es algo más contenido cuando el éxito viene de la mano de nuestros científicos, ya sea en la NASA, el CERN, o en el campo de las letras y las artes.

Sin embargo, hay un punto en el que todos los colombianos coincidimos con un rotundo rechazo: aquellos que nos avergüenzan por sus acciones corruptas, especialmente aquellos que ocupan cargos gubernamentales y desfalcan municipios, departamentos o incluso la nación entera. 

Ejemplos abundan, desde los nietos de un dictador de los años 50 hasta los recientes implicados en el escándalo de Odebrecht, pasando por los exgobernadores condenados por desfalcar sus departamentos. Todos ellos, con diferentes nombres y apellidos, comparten una misma característica: la desvergüenza con la que han robado al pueblo colombiano.

Estos desfalcos, desgraciadamente, tienen consecuencias palpables en nuestra vida diaria: calles en mal estado, interminables atascos de tráfico y una sensación generalizada de inseguridad. Son experiencias cotidianas que nos reciben en nuestro trayecto al trabajo o a casa, iniciando nuestros días con una buena dosis de estrés.

Y aunque nuestras quejas son sonoras, cuando llega el momento de las elecciones, allí están ellos, encabezando listas de candidatos, algunos incluso ya bajo investigación por corrupción. Y como nuestra memoria parece ser selectiva, mañana ocuparán un escaño en el Congreso, elevados a la categoría de "honorables congresistas", aunque para llegar hasta allí hayan cambiado de partido y, lo que es peor, de principios.

Pero regresemos al tema del fervor, esa pasión que despierta lo mejor de nosotros. Por ejemplo, cuando salimos de nuestras ciudades, grandes o pequeñas, y nos maravillamos ante la biodiversidad sin igual que nos rodea, aunque a menudo no sepamos conservarla.

Eso sí, hay quienes desprecian la naturaleza. Recordemos los desaciertosde importar pinos y eucaliptos en los años 70, el buchón y la elodea en nuestras lagunas, y la introducción de carpas para intentar solucionar la metida de pata. Toda una infamia a nuestra flora nativa perpetrada por supuestos guardianes del Estado. Además, la deforestación y la contaminación amenazan con destruir aún más nuestro patrimonio natural. Muy a pesar de et, muchos rincones de nuestra geografía nos ofrecen un respiro, un alivio al estrés cotidiano.

Estos son solo algunos de los contrastes de nuestra amada Colombia, una tierra llena de matices. Aunque muchos de sus municipios han logrado resistir la influencia de la cultura del desprecio, atrayendo a aquellos que valoran una vida tranquila y a colombianos genuinamente orgullosos de su identidad, no podemos negar las problemáticas que enfrentamos a diario.

sábado, 3 de febrero de 2024

La trágica transformación de nuestras calles

En épocas pasadas, nuestras calles brillaban como una pasarela de responsabilidad vial. El chaleco reflectivo y el casco eran elementos básicos de moda, desempeñando el papel de guardianes para ciclistas y motociclistas ante posibles contratiempos, tan inesperados como una canción para planchar en la radio. Pero, por supuesto, eso pertenecía al pasado, cuando aún creíamos que la seguridad superaba en importancia al meme más viral. Lamentablemente a diario pierden la vida muchos motocilistas y ciclistas, algo debe cambiar.

La seguridad vial, ese insignificante detalle que solo afecta la vida y el bienestar de quienes circulan por las vías. En Colombia, nos destacamos por nuestra extraordinaria habilidad para ignorar las normas de tránsito y por una conciencia tan baja que necesita un microscopio para ser vista.Antes, las personas se resguardaban con chalecos reflectivos y cascos. Sin embargo, en la actualidad, parece que optamos por jugar a la ruleta rusa con nuestras vidas. ¿Quién necesita precauciones cuando se puede vivir al límite, verdad? ¿Cuándo no hay sanción, si no hay autoridad.?.
Puede ser daltónico, lleva chaleco

La reverencia por las señales de tránsito y semáforos está más de moda que nunca, pero en el sentido contrario. Antes, seguíamos esas normas rigurosamente, pero ahora cada conductor se siente como una estrella que puede ignorar las reglas a su antojo. ¿Semáforo en rojo? "No me están viendo", "soy yo quien se arriesga"; son los pensamientos que pasan por sus mentes. 

Algo de riesgo. la ciclovía libre
Es curioso que los amantes de la bicicleta sean los más rebeldes con las ciclovías. En lugar de usar esas vías asignadas, algunos ciclistas prefieren desafiar al destino en las calles de los automóviles, creando situaciones dignas de un thriller de acción. Y los motociclistas, por supuesto, no se quedan atrás; desafiando límites de velocidad, yendo de un lado a otro, obstruyéndose entre ellos y utilizando las ciclovías como su propia pista de carreras personal.

El auge de las motocicletas, especialmente las eléctricas a las que se les permite utilizar las ciclovías, ¡tienen motor!, ha introducido un emocionante paquete de desafíos en nuestras vías. A medida que la tecnología avanza, nuestra cultura vial retrocede más rápido que el precio del sentido común en una oferta de liquidación. Los motociclistas, en lugar de adoptar medidas de seguridad, parecen haber decidido que la vida es más emocionante cuando se juega en modo extremo.

Es esencial reflexionar sobre la decadencia de nuestra cultura vial, aunque sea entretenido ignorarla, y tomar medidas para revertir esta tendencia que solo debería preocupar a los débiles. Respetar las normas de tránsito y usar equipo de seguridad deberían ser prioridades, pero claro, la adrenalina de vivir peligrosamente también tiene su encanto. Solo así podremos recuperar la cultura vial perdida y garantizar un futuro más seguro, si eso es lo que realmente queremos en nuestras carreteras.