Orwell gritaba desde 1949 que "el Gran Hermano te observa", pero al parecer, mientras lo leíamos, alguien en Silicon Valley pensó: “¡Ey, qué gran idea para una startup!”. Hoy, tu casa tiene más micrófonos que un set de televisión: Siri te juzga, Alexa te delata, tu teléfono responde a lo que no preguntaste y el big data ya sabe que volviste con tu ex antes de que tú lo aceptes. Porque claro, nada dice ‘libre albedrío’ como aceptar las cookies sin leer.
Colombia la nuestra
"El país se divide entre los que hacen y los que critican a los que hacen". (Gloria Zea)
sábado, 3 de mayo de 2025
La ciencia ficción tenía razón (y nosotros firmamos los términos y condiciones)
Orwell gritaba desde 1949 que "el Gran Hermano te observa", pero al parecer, mientras lo leíamos, alguien en Silicon Valley pensó: “¡Ey, qué gran idea para una startup!”. Hoy, tu casa tiene más micrófonos que un set de televisión: Siri te juzga, Alexa te delata, tu teléfono responde a lo que no preguntaste y el big data ya sabe que volviste con tu ex antes de que tú lo aceptes. Porque claro, nada dice ‘libre albedrío’ como aceptar las cookies sin leer.
Curiosidades y anécdotas en la elección del Papa
La elección del sucesor no es solo un
asunto de fe: católicos fervorosos, católicos de ocasión y hasta ateos con redes
sociales están pendientes del resultado, confiando en que el nuevo pontífice no
solo mantenga el legado de Francisco, sino que —sin presionar, claro, pero…— lo
supere. Porque, después de todo, el Papa no solo bendice, también opina,
orienta, denuncia y, a veces, incomoda – Francisco incomodó hasta la misma
iglesia -.
La influencia del pontífice no se
limita a la esfera espiritual. Es tal su peso simbólico, que tras su
fallecimiento varios líderes políticos, algunos de ellos poco cercanos a la
moral vaticana, no dudaron en emitir comunicados de pesar. El protocolo es el
protocolo. Más llamativo aún fue ver a algunos de sus más vocales detractores
presentes en el sepelio, en lo que algunos interpretaron como un acto de
reconciliación… o de buena prensa. Porque si algo deja claro cada elección
papal es que la liturgia nunca está del todo exenta de estrategia.
El cónclave, esa reunión secreta donde
los cardenales eligen al Papa —como si la decisión de liderar a más de mil
millones de personas pudiera tomarse entre cuatro paredes sin susurros
celestiales ni presiones terrenales—, tiene su origen en el siglo XIII. Fue una
consecuencia directa del caótico episodio de Viterbo (1268-1271), cuando las
divisiones políticas entre los electores prolongaron la elección durante casi
tres años. Los ciudadanos, agotados por la falta de pontífice y quizás de
paciencia, decidieron encerrar a los cardenales bajo llave (cum clave, en
latín) y reducirles las provisiones de alimentos hasta que, movidos por el
hambre o por la inspiración divina, eligieron finalmente a Gregorio X. Este
Papa, decidido a que semejante espectáculo no se repitiera, estableció en el
Concilio de Lyon II (1274) normas estrictas que incluían el aislamiento de los
cardenales y la restricción de sus comodidades: nació así el protocolo del
cónclave que, con retoques modernos, persiste hasta hoy.
Aunque en la actualidad se asocia la
elección papal con la virtud y los méritos eclesiásticos, conviene recordar
que, históricamente, el proceso fue menos celestial y más terrenal. Durante los
primeros siglos, la designación del pontífice era influenciada por clérigos
locales, nobles romanos e incluso emperadores. En la Edad Media, prácticas como
la simonía (venta de cargos eclesiásticos) y el nepotismo (favoritismo hacia
parientes) permitieron a familias influyentes —como los Borgia o los Médicis—
promover candidatos según su conveniencia. Fue apenas en 1059, gracias a la
Reforma Gregoriana impulsada por el Papa Nicolás II, que se reservó
oficialmente la elección a los cardenales. Sin embargo, ni siquiera esto pudo
blindar el proceso de las pasiones humanas: el Gran Cisma de Occidente
(1378-1417), con varios papas autoproclamados en simultáneo, dejó en evidencia
que la política no entiende de sotanas. Y aunque técnicamente cualquier varón
católico puede ser elegido Papa, desde el siglo XV solo cardenales han ocupado
el trono de San Pedro, por su experiencia en la Curia y —no menos importante—
por ser una opción más manejable para alcanzar consenso.
Entre los rituales más emblemáticos
del cónclave figura el célebre Habemus Papam ("¡Tenemos
Papa!"), proclamado desde el balcón de la basílica de San Pedro. Este
anuncio, hoy convertida casi en una puesta en escena litúrgica, simboliza la
unidad de la Iglesia tras la elección. Curiosamente, en 2013, el recién elegido
Francisco rompió el protocolo al aparecer sin la tradicional capa roja (la mozzetta),
enviando desde el primer minuto una señal de austeridad que, para algunos, fue
tan revolucionaria como su pontificado. No menos teatral es el humo, blanco o
negro, que informa al mundo si se ha alcanzado un consenso o si, por el
contrario, aún hay debate (o desacuerdo, o estrategia, o todo junto).
Antiguamente, el color del humo dependía de la combustión de paja húmeda o
seca, pero las ambigüedades del pasado —incluido un gris sospechoso en 1958—
obligaron a incorporar productos químicos desde 2005 para garantizar que ni
Dios ni la prensa se confundieran.
El sistema de votación, en sí mismo,
es un ejemplo fascinante de solemnidad ritual: cada cardenal escribe en una
papeleta la frase Eligo in Summum Pontificem ("Elijo como Sumo
Pontífice"), la dobla y la deposita en un cáliz, mientras tres
escrutadores leen los votos en voz alta. Si ningún candidato alcanza la mayoría
de dos tercios, las papeletas se queman con aditivos para producir el consabido
humo negro. Una vez elegido, el nuevo Papa es conducido a la llamad
a “sala de
las lágrimas”, un pequeño recinto contiguo a la Capilla Sixtina donde se le
ofrecen tres hábitos blancos de distinta talla, para que la elección no fracase
por problemas de sastrería. El apodo de la sala no es gratuito: se le llama así
porque allí, entre lágrimas —a veces de emoción genuina, otras de puro pánico
existencial—, el elegido enfrenta por primera vez, a solas, el peso espiritual,
político y mediático que implica ser el sucesor de Pedro. Se cuenta, por
ejemplo, que Pío XII lloró desconsoladamente en ese espacio al ser nombrado
Papa en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Y no era para menos..
La duración de los cónclaves ha sido
tan variada como los temperamentos de los cardenales. El más largo, nuevamente
el de Viterbo, se extendió durante 34 meses, obligando a Gregorio X a decretar
que, tras cinco días, los cardenales solo recibirían pan y agua. Otros, sin
embargo, han sido fulminantes: Julio II fue elegido en apenas diez horas. En
tiempos más recientes, Benedicto XVI fue elegido en 24 horas, un récord de
eficiencia que contrastó con su posterior renuncia en 2013, la primera
voluntaria desde 1415, y que aceleró reformas para hacer el proceso más ágil y
menos susceptible a sorpresas.
Las anécdotas históricas no tienen
desperdicio. En 1903, el emperador Francisco José I de Austria vetó al cardenal
Rampolla, favorito para el papado, lo que derivó en la elección de Pío X y, de
paso, en la abolición del jus exclusivae (el derecho de veto por parte
de monarcas católicos). En 1268, los ya mencionados ciudadanos de Viterbo no
solo encerraron a los cardenales, sino que incluso les quitaron el techo del
palacio para apurar la decisión. Como resultado, fue elegido Gregorio X, quien,
en una ironía monumental, ni siquiera era cardenal. Más recientemente, en 2013,
circularon rumores de que algunos cardenales usaban mensajes cifrados en X
(antes Twiter) para filtrar información desde el interior del cónclave, lo que
obligó al Vaticano a bloquear señales electrónicas en futuras elecciones. Así,
la modernidad también tiene sus penitencias.
El juramento de secreto, obligatorio
para todos los participantes del cónclave, ha sido desafiado ocasionalmente,
más por humanidad que por rebeldía. En 2005, el cardenal Luis Antonio Tagle
rompió a llorar al escribir el nombre de Benedicto XVI, gesto que, pese a las
normas, trascendió al exterior. Reformas recientes, como el límite de edad de
80 años para participar en la votación y la reafirmación de la mayoría de dos
tercios por parte del Papa Francisco, evidencian los esfuerzos por equilibrar
tradición, transparencia y una dosis mínima —pero necesaria— de lógica
organizacional.
Finalmente, el cónclave es mucho más
que una elección: es un espectáculo litúrgico, un ejercicio de poder, un guiño
a la historia y una metáfora de la Iglesia misma. Entre susurros, lágrimas y
humo —ya no santo, pero sí certificado químicamente— se decide no solo quién
guiará a los católicos del mundo, sino también cómo el Vaticano equilibra lo
sagrado con lo estratégico, la fe con la diplomacia y el pasado con un presente
lleno de redes, cámaras y, quién sabe, algún que otro tuit clandestino.
viernes, 15 de noviembre de 2024
Horas perdidas y estrés diario: El costo Invisible del transporte público en Bogotá
El uso del transporte público en muchas ciudades del mundo se ha convertido en una experiencia traumática para millones de personas, no solo debido a los largos tiempos de desplazamiento, sino también por la incomodidad del viaje. A esto se suman las deficientes condiciones de movilidad, la falta de aplicación de las normas y los abusos cometidos por algunos usuarios en detrimento de los demás, lo que agrava aún más la situación. Este panorama se hace aún más difícil para quienes, después de una jornada laboral agotadora, deben enfrentarse a la realidad de sistemas como el TransMilenio de nuestra Bogotá.
En ciudades como Nueva York o Tokio, los ciudadanos pueden tardar entre 45 y 50 minutos en el metro, o hasta una hora y media en automóvil, para desplazarse diariamente en trayectos de unos 20 km. En otras metrópolis, como Nueva Delhi o Ciudad de México, este tiempo puede ser incluso mayor. Sin embargo, en Bogotá, los tiempos para recorrer distancias similares son significativamente más largos, alcanzando las dos horas. Además, durante las horas pico, estos tiempos pueden aumentar considerablemente.
Este fenómeno se debe a una combinación de factores, como el cierre de vías para priorizar el transporte escolar, obras, los trancones provocados por incidentes menores, la alta presencia de motocicletas y la intervención de agentes de tránsito que favorecen el acceso a la mal llamada "autopista". Adicionalmente los retenes policiales en lugares poco apropiados que contribuyen a agravar aún más la congestión.
Ahora bien, ¿qué sucede en el transporte público durante estas largas horas? En el caso del TransMilenio, la situación es desalentadora. Es común encontrar cantantes, vendedores ambulantes, exconvictos y personas en situaciones difíciles, como quienes piden ayuda alegando estar a punto de ser desalojados. Si bien algunos de estos casos pueden ser genuinos y reflejan la dura realidad social del país, otros parecen tener la intención de conmover a los pasajeros.
Este ambiente contribuye al caos, especialmente en las horas pico, cuando las ofertas de productos se presentan tanto al frente como al fondo del bus, y las historias de quienes solicitan apoyo se expresan en un tono que, en ocasiones, puede percibirse como reproche, acusando a los pasajeros de indiferencia o grosería. Esta reacción, por lo tanto, no sorprende, dado el alto nivel de saturación que generan estas interacciones repetitivas. Además, en cualquier momento pueden aparecer olores desagradables que obligan a los pasajeros a intentar abrir las ventanas o las escotillas —si la estatura se lo permite—, o incluso cubrirse la boca con una prenda o la mano, aunque esto último resulte inútil para algunos.
Evidentemente, no todo es negativo. Hay personas que suben al transporte llevando mensajes alentadores, promoviendo cultura a través de la venta de libros, cantando para evocar hermosos recuerdos, o transmitiendo mensajes sociales mediante el rap o con instrumentos que producen melodías armónicas y un volumen adecuado para ser disfrutadas.
Aunque algunos sugieren que el tiempo en el transporte público podría aprovecharse para leer o descansar, la realidad es muy distinta. Los equipos portátiles de sonido de los cantantes superan con creces los niveles de ruido recomendados, la falta de espacio obliga a los pasajeros a adoptar posturas incómodas, y los movimientos bruscos del vehículo aumentan la sensación de agotamiento y estrés. Estas condiciones, por lo tanto, hacen que el trayecto esté lejos de ser productivo o relajante. De hecho, según las normativas de transporte público, ni las ventas ni el uso de música a altos volúmenes deberían permitirse, ya que más que entretenimiento, esto se convierte en contaminación auditiva, afectando la salud de los usuarios.
El cambio es, por tanto, necesario e inevitable. Lo primero es recuperar el respeto hacia el ciudadano, ofreciendo planes y alternativas que mejoren la experiencia de quienes utilizan este servicio. Ahora que estamos bajo un gobierno que, en teoría, promueve la justicia social, tanto a nivel nacional como local, este es el momento adecuado para abordar seriamente estos problemas y poner fin a aquellas prácticas que fueron tan criticadas por quienes hoy ostentan el poder en la ciudad.
domingo, 10 de noviembre de 2024
Entre aguas turbias y solidaridad: crónica de un caos en la Autopista Norte
Desde el 13 de noviembre de 1985 no había vivido un evento con tanta tensión. En aquella ocasión fue la avalancha del Nevado del Ruiz, que se llevó a más de 23 mil personas. Hoy, esa angustia volvió a instalarse en mí, esta vez por otro desastre natural: una inundación en la Autopista Norte, entre las calles 190 y 222. Lo que experimentamos fue un reflejo de la inoperancia de nuestras autoridades distritales, e incluso de quienes ostentan los más altos cargos en nuestra querida república. No obstante, en medio del caos, también hubo un lado positivo: conocimos a personas que, de no ser por este suceso, jamás habríamos cruzado en nuestras vidas. Gente que ofreció su ayuda desinteresadamente, conformándose con un simple "gracias" como recompensa, lo cual fue una grata sorpresa en un día tan difícil.
El día comenzó como cualquier otro. Me levanté a las 4 a.m. con la radio encendida y me permití unos minutos de pereza, aprovechando que no tenía restricción vehicular. Salí de casa a la hora de siempre, encontrándome con el tráfico habitual. El horizonte se teñía de un tono rojizo, pero no le di mayor importancia. Sin clases presenciales por la salida de campo de mis alumnos, aproveché para dar indicaciones finales a algunos sobre sus proyectos. Luego, me sumergí en un curso virtual, seguido de una reunión online por la tarde. Al terminar mis obligaciones, llené un formulario crucial para mi vida y, con el día laboral cerrado, me dispuse a salir en mi carro, como de costumbre.
La lluvia de esa tarde parecía inofensiva al principio, solo una más de las tantas que mojan la ciudad. Pero al acercarme a la Autopista Norte, noté que la vía ya estaba encharcada y llena de huecos, algo que, siendo sinceros, es lo normal por aquí. Apenas avancé unos 100 metros sobre la autopista cuando nos quedamos todos atascados en un monumental embotellamiento. Lo que comenzó como una simple fila de autos pronto se transformó en un caos total.
Lo primero que llamó mi atención fue ver cómo las motos invadían la ciclovía, buscando desesperadamente algún escape. La inundación no tardó en llegar; en cuestión de minutos, la vía se anegó y pronto no hubo más opción que abandonar los vehículos. Solté algún improperio cuando el agua me alcanzó "hasta la cintura" (aunque, siendo honestos, a otros quizás no tanto), lo cual tampoco dice mucho, considerando mi baja estatura. Para colmo, el agua estaba en un estado deplorable. Ya a salvo en la orilla, me encontré con Laura, una colega de la UDCA, que también estaba viviendo la misma odisea. Fue entonces cuando recibí la primera sorpresa positiva de la noche: su familia, que llegó al rescate, nos ofreció algo de comida y bebida. Un gesto sin duda muy grato en medio del caos.
A partir de ahí, el panorama fue de una solidaridad improvisada que, aún en la adversidad, dejó una impresión imborrable. La Cruz Roja, el cuerpo de bomberos, un grupo de altruistas en vehículos 4x4 y botes inflables se movilizaron para rescatar a niños y personas con movilidad reducida habían quedado atrapados en rutas escolares o que también habian tenido que abandonar su carros.
La ciclovía se convirtió en una vía de emergencia para cuatrimotos, buggies y otros vehículos especiales que ayudaban en los rescates. Mientras tanto, dos helicópteros sobrevolaban la zona, sin que entendiera su propósito; desde abajo, parecía que con un solo sobrevuelo habría sido suficiente para evaluar la situación. Quemaron combustible inútilmente cuando la verdadera ayuda debía llegar por tierra, o mejor dicho, por el río improvisado en que se había convertido la autopista.
Hacia las once de la noche, cuando el nivel del agua empezó a bajar, comenzaron a remolcar los vehículos. Muchos con certeza la electrónica destrozada. Sin embargo, los más grandes —buses del SIT, volquetas y tractomulas— encendieron sin problema. Los voluntarios en sus todoterrenos, coordinando con bomberos y la Cruz Roja, se convirtieron en los héroes de la noche, dando instrucciones, enganchando carros y empujando con una energía inagotable. Logré llegar a la calle 198, donde, después de casi 10 horas en el frío, tomé mi primera bebida caliente. Creí que la hipotermia se apoderaría de mí, pero al menos un cigarro (sí, mal hábito, lo sé) me devolvió algo de calor.
Con la ayuda de un mayor de la policía, transferí el pago al conductor de la grúa, quien finalmente me permitió dejar el carro en un parqueadero para que el seguro lo tomara en custodia y realizara las evaluaciones correspondientes. Mi última sorpresa, y esta vez positiva, fue que los oficiales de policía se ofrecieron a llevarme hasta casa. No me hice rogar; a las 3:30 de la mañana del 7 de noviembre, por fin llegué. Un baño era necesario después de haber estado expuesto al agua contaminada del caño de la Autopista Norte. Luego, una taza de leche caliente con un toque de café, y a dormir.
Esta noche fue más que una prueba de paciencia; fue un recordatorio de lo que significa mantenerse en pie ante la adversidad. No se trató solo de cruzar una autopista convertida en río, sino de comprender que, a pesar de las fallas sistémicas de quienes administran nuestra ciudad, seguimos adelante. Al final, no sé si mi auto volverá a encender, pero sí sé que experiencias como esta nos enseñan que, aunque estemos a la deriva, siempre existen formas de encontrar un camino seguro, incluso si es gracias a la ayuda desinteresada de manos desconocidas.
martes, 10 de septiembre de 2024
El costo ambiental de nuestros placeres: La Contaminación oculta detrás de bebidas y alimentos
Las bebidas carbonatadas; cervezas, vinos espumosos, por
ejemplo, emiten grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2). La producción de refrescos y bebidas gaseosas contribuye a las emisiones de CO2 anualmente. Esto está respaldado por investigacines que examina las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) asociadas con varias bebidas, incluidos los refrescos (La cadena alimentaria contribuye a una parte sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero). Desde la extracción del azúcar hasta el envasado y
transporte, cada paso del proceso genera gases de efecto invernadero.
Los licores, considerados un lujo para el placer, también
tienen un impacto ambiental considerable. La producción de bebidas destiladas
como el whisky y el vodka requiere la fermentación de grandes cantidades de
granos o vegetales, generando emisiones significativas de CO2 en su fermentación.
Además, su transporte global aumenta aún más su huella de carbono (huella de carbono de las bebidas alcohólicas).
El pan, alimento básico en muchas culturas, también
contribuye a la contaminación. La industria panificadora, dependiente de la
agricultura intensiva y la producción masiva de harina, libera enormes
cantidades de CO2 (el pan y su proceso de elaboración). Desde la deforestación para expandir los campos de trigo
hasta el uso intensivo de fertilizantes y pesticidas, hasta la leudación, cada
paso en la cadena de suministro del pan contribuye a la crisis climática.
Incluso la producción de alcohol carburante, considerada una
alternativa más "verde" a los combustibles fósiles, tiene su propio
impacto ambiental, se produce CO2 además del alcohol en la fermentación por
levaduras (impacto ambiental de la producción del acohol). Aunque podría reducir las
emisiones de CO2 al reemplazar los combustibles convencionales, la producción a
gran escala de biocombustibles enfrenta desafíos como la deforestación y la
competencia con la producción de alimentos.
En conjunto, estas industrias alimentan un ciclo de consumo
insostenible que amenaza la salud del planeta. Mientras las cifras de emisiones
continúan aumentando, es crucial reconocer el verdadero costo de nuestros
placeres y trabajar hacia un futuro más sostenible, donde el disfrute humano no
se logre a expensas del medio ambiente. La borrachera por la producción de CO2
que embriaga a nuestro planeta debe dar paso a una sobriedad ecológica que
permita su recuperación y preservación para las futuras generaciones
Las industrias de bebidas carbonatadas, licores, pan y
alcohol carburante son grandes emisores de CO2. Es esencial que adopten
prácticas más sostenibles para reducir su huella de carbono y ayudar a mitigar
el cambio climático. Sin un compromiso real, seguiremos disfrutando de nuestros
placeres mientras el planeta paga la factura.
lunes, 9 de septiembre de 2024
Rompiendo barreras: el poder del deporte paralímpico y el camino hacia una verdadera inclusión
Una cosecha de medallas que superó todas las expectativas, demostrando el inmenso talento de nuestros atletas paralímpicos en París 2024. Fueron veintiocho medallas: siete de oro, siete de plata y catorce de bronce, obtenidas entre más de 4400 deportistas de 185 Comités Paralímpicos Nacionales. Un logro extraordinario que resonó con fuerza en el corazón de todos los aficionados al deporte. Estos atletas, verdaderos héroes, no solo alcanzaron los podios, sino que también batieron récords mundiales y olímpicos, evidenciando que la discapacidad no es un límite, sino una oportunidad para la excelencia.
No obstante, a pesar de esta hazaña deportiva, la cobertura mediática fue insuficiente, al igual que el reconocimiento institucional. Surge entonces una pregunta inquietante: ¿por qué estos gigantes del deporte no recibieron la misma atención que otros atletas? ¿Por qué no se desplegaron equipos de periodistas para contar sus historias y transmitir la emoción de sus triunfos? ¿Acaso no merecen el mismo respeto y admiración?
Como sociedad, nos enorgullecemos de promover la inclusión y la equidad. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. Nuestros espacios públicos, diseñados en su mayoría para personas sin discapacidad, aún presentan barreras arquitectónicas que limitan la movilidad de muchos de estos atletas. ¿Cómo podemos conciliar esta contradicción?
Los Juegos Paralímpicos nos han mostrado que el deporte tiene el poder de unir a las personas e inspirar a millones. Es momento de que la sociedad en su conjunto reconozca y valore el esfuerzo, la dedicación y las victorias de estos atletas excepcionales. Solo así podremos construir un mundo verdaderamente inclusivo.
Más allá de los logros obtenidos en las competencias, los sueños que cada atleta albergaba al competir iban más allá de las medallas: el deseo de tener una casa, brindar bienestar a sus familias, y superar desafíos personales. Estos sueños son mucho más grandes que cualquier himno nacional. Cuando regresen a casa, esperamos que esos sueños no se desvanezcan y que todas las promesas que se les han hecho se materialicen. Que se cumpla aquello de "soñar despierto" y que con renovada esperanza inicien un nuevo ciclo rumbo a Los Ángeles 2028.
domingo, 11 de agosto de 2024
París 2024: Luchando por la Supervivencia en el Escenario Deportivo
La Olimpiada, cargada de emociones desde el primer día, nos llenó de esperanzas con nuestras guerreras del fútbol, arqueros, judokas y boxeadores. Sin embargo, los resultados no estuvieron a la altura de las expectativas. La cosecha de medallas no se comparó con la de Tokio, y mucho menos con el punto más alto alcanzado en Londres 2012. El desempeño en la capital francesa dejó un sabor agridulce en los corazones colombianos.
Nuestros atletas llegaron a París con la misma determinación y espíritu que los caracteriza. Mariana Pajón, la reina indiscutible del BMX, intentó añadir otro triunfo a su legendaria carrera, pero el podio esta vez le fue esquivo. Junto a ella, otros veteranos buscaron una última hazaña antes de despedirse del deporte, pero la competencia fue feroz y, aunque lo dieron todo, los resultados no los acompañaron.
Por otro lado, emergieron jóvenes promesas como Ángel Barajas. Siendo realistas, nuestras expectativas en gimnasia no eran altas; este deporte, dominado por chinos, japoneses, coreanos y estadounidenses, rara vez nos permite soñar. Y, claro, también estaban aquellos que apenas lograron las marcas mínimas para clasificar. A pesar de su entusiasmo y esfuerzo, sus registros aún distan mucho de los mejores del mundo. Sin embargo, su participación en París 2024 les brindó una valiosa experiencia que, sin duda, será fundamental para su crecimiento.
En muchos deportes, nuestros atletas se midieron con la élite mundial, lo que hizo aún más difícil la posibilidad de ganar una medalla. El tiro con arco, por ejemplo, es un dominio casi exclusivo de los coreanos. En otras ocasiones, la fortuna simplemente no estuvo de nuestro lado; detalles minúsculos y decisiones arbitrales marcaron la diferencia entre la gloria y la derrota.
No podemos reprochar a nuestros deportistas por los resultados. Ellos pusieron todo su esfuerzo y dedicación en cada competencia. Quizás el lunar más notorio fue el caso del ciclista Fernando Gaviria, quien aceptó participar a sabiendas de que no era parte del ciclo olímpico, en detrimento de Juan Esteban Arango, quien había contribuido más para conseguir el cupo olímpico. Pero este desempeño general nos invita a reflexionar sobre el apoyo y la estructura que nuestros atletas necesitan desde el comienzo de sus carreras.
Si queremos que Colombia vuelva a brillar en el medallero olímpico, necesitamos un cambio profundo en la forma en que apoyamos a nuestros deportistas. No se trata solo de prepararse para Los Ángeles 2028, sino de un compromiso constante desde las primeras etapas de formación. Las escuelas deportivas deben contar con tecnología de punta, entrenadores capacitados, nutricionistas y psicólogos. Además, es vital que los atletas reciban compensaciones adecuadas que les permitan llevar una vida digna, tanto para ellos como para sus familias.
Es fundamental que cuenten con seguros que los protejan en caso de lesiones, para que puedan continuar con una vida plena y productiva. La formación deportiva debe ir acompañada de una educación profesional sólida, de modo que, al concluir su carrera deportiva, puedan llevar una vida digna y contribuir a la formación de futuras generaciones de atletas.
Es evidente que la dirigencia también tiene una gran cuota de responsabilidad en estos resultados. Han pasado cinco años desde la creación del Ministerio del Deporte, y lo único que parece haber crecido es la burocracia: ministro, viceministros y un sinfín de personal que desvía recursos esenciales del deporte. Como siempre, la delegación colombiana parecía más numerosa en dirigentes que en atletas. Y para colmo, ahora han reducido los recursos destinados al deporte, mientras promulgan que los jóvenes deben hacer actividades que conduzcan a la salud física y mental. Una contradicción evidente.
Si aspiramos a mejorar, el camino no será sencillo, pero París 2024 nos deja muchas lecciones. No solo debemos clasificar con más deportistas, sino mejorar sus marcas. Nuestros atletas ya tienen las cualidades necesarias: son valientes, dedicados y talentosos. Con el apoyo adecuado, pueden alcanzar grandes logros y devolverle a Colombia el lugar que merece en el panorama olímpico mundial. Ahora, más que nunca, es el momento de invertir en nuestros jóvenes y brindarles las herramientas necesarias para que puedan brillar en Los Ángeles 2028 y más allá.
Colombia puede y debe soñar con un futuro olímpico lleno de éxitos. Esta es la oportunidad para renovar nuestro compromiso con el deporte y con los atletas que nos representan con tanto orgullo en el escenario mundial.