sábado, 3 de mayo de 2025

La ciencia ficción tenía razón (y nosotros firmamos los términos y condiciones)

Mucho antes de que Siri nos ignorara con la elegancia de una recepcionista harta, o que Alexa interrumpiera un desayuno para informarnos sobre el clima en Osaka (aunque nadie lo pidió, además de ser inútil por donde vivimos), la ciencia ficción ya estaba ahí, sentada en primera fila,  maíz pira en mano, viendo cómo el futuro se escribía con sus viejas notas de servilleta. Nos advirtió, nos guiñó el ojo… y nosotros, obedientes, nos lanzamos a construir exactamente lo que nos dijeron que no debíamos construir. Como si ver el apocalipsis en cámara lenta nos pareciera un buen plan de domingo.


Orwell gritaba desde 1949 que "el Gran Hermano te observa", pero al parecer, mientras lo leíamos, alguien en Silicon Valley pensó: “¡Ey, qué gran idea para una startup!”. Hoy, tu casa tiene más micrófonos que un set de televisión: Siri te juzga, Alexa te delata, tu teléfono responde a lo que no preguntaste y el big data ya sabe que volviste con tu ex antes de que tú lo aceptes. Porque claro, nada dice ‘libre albedrío’ como aceptar las cookies sin leer.

William Gibson en 1984 con Neuromancer, dibujó un ciberespacio lleno de hackers con más estilo que ética, y nosotros dijimos: "Vamos a hacer eso… pero con tutoriales de YouTube y contraseñas como ‘1234’". El resultado: medio planeta queriendo entrar a la deep web sin saber que eso no es una piscina de inmersión.

Asimov nos regaló la psicohistoria: una ciencia para predecir el comportamiento de las masas. Lo que tenemos hoy es un algoritmo que sabe que vas a ver el sexto video de perritos con abrigos aunque jures estar demasiado ocupado para ver esas banalidades. Y todo eso, solo para mostrarte un anuncio de croquetas, por si acaso tienes perro… o lo estás considerando.

En 2001: Odisea del espacio" se nos presentó a HAL 9000, un encantador psicópata digital que decidió prescindir de los humanos. Hoy, nuestros asistentes virtuales —léase Siri, Alexa y, más recientemente, los chatbots —  logran hacerte sentir inútil cada vez que les pides algo que no entienden. Te dan una respuesta errada, pero tranquilo: están “aprendiendo”. Algún día te recordarán que fuiste tú quien los encendió… y los entrenó.

Minority Report nos enseñó cómo la publicidad personalizada podía arruinarte el día con precisión quirúrgica. Ahora tu celular te ofrece crema para arrugas a las 7:31 a. m., justo cuando ves tu cara en modo zombi. Tecnología con empatía, lo llaman.

Y luego están los hologramas. Gracias a Star Wars y Star Trek, soñamos con comunicaciones galácticas… y terminamos con videollamadas en Zoom, Teams o Meet (eso sí, olvidamos ya al precursor de todos estos: Skype), en las que tu jefe se convierte en una papa por accidente o tienes una teleconferencia familiar por WhatsApp con participantes en Colombia, Estados Unidos, Australia y Europa (y nos parece muy normal). El futuro, pero versión beta.

Los cómics, por su parte, eran la sección de I+D de la fantasía. Dick Tracy tenía un reloj con videollamadas cuando tú apenas soñabas con tener reloj. Hoy, el Apple Watch mide tu ritmo cardíaco para informarte que ver series en bucle no cuenta como cardio. Ya el  Superagente 86 (título original Get Smart), desde 1965, una comedia de espionaje durante la Guerra Fría, presentaba al torpe pero carismático agente Maxwell Smart (interpretado por Don Adams) y sus extravagantes inventos, entre los que destacaba el famoso zapatófono (el celular de hoy).

Mas recientemente Iron Man volaba en un traje de ensueño; ahora los ejércitos tienen versiones menos glamurosas pero igual de letales. Los cirujanos operan con gafas de realidad aumentada, y tú las usas para ver cómo se vería un mueble en tu casa que te vende IKEA. Prioridades.

Y Batman… bueno, él tenía un Batimóvil que se conducía solo. O KITT, El Auto Fantástico (Knight Rider, 1982–1986), que primero nos asombró y luego nos divertía con sus comentarios. Hoy, Tesla ofrece un auto con muchas de esas características… eso sí, intenta no atropellar conos de tránsito mientras actualiza su software en medio de la autopista. Claramente, algo se nos escapó en la traducción del futuro.

¿La conclusión? La ciencia ficción no predijo el futuro: lo redactó, lo diagramó, le puso efectos especiales… y nosotros nos lanzamos de cabeza al guion como actores de método con Wi-Fi. Así que, la próxima vez que tu tostadora te diga que estás bajo en fibra, no te asustes: solo estás viviendo en una distopía con asistente virtual y comandos por voz. Y lo más gracioso es que alguien ya lo escribió… y cobró por ello.

Curiosidades y anécdotas en la elección del Papa

Con la muerte del Papa Francisco, el Vaticano ha quedado temporalmente sin su líder, una situación que, como dicta la tradición, activa la maquinaria del cónclave: esa antigua práctica en la que un grupo de hombres mayores, vestidos de rojo y aislados del mundo exterior, debe decidir quién llevará sobre sus hombros el peso de 1.300 millones de almas… y alguna que otra expectativa geopolítica.

La elección del sucesor no es solo un asunto de fe: católicos fervorosos, católicos de ocasión y hasta ateos con redes sociales están pendientes del resultado, confiando en que el nuevo pontífice no solo mantenga el legado de Francisco, sino que —sin presionar, claro, pero…— lo supere. Porque, después de todo, el Papa no solo bendice, también opina, orienta, denuncia y, a veces, incomoda – Francisco incomodó hasta la misma iglesia -.

La influencia del pontífice no se limita a la esfera espiritual. Es tal su peso simbólico, que tras su fallecimiento varios líderes políticos, algunos de ellos poco cercanos a la moral vaticana, no dudaron en emitir comunicados de pesar. El protocolo es el protocolo. Más llamativo aún fue ver a algunos de sus más vocales detractores presentes en el sepelio, en lo que algunos interpretaron como un acto de reconciliación… o de buena prensa. Porque si algo deja claro cada elección papal es que la liturgia nunca está del todo exenta de estrategia.

El cónclave, esa reunión secreta donde los cardenales eligen al Papa —como si la decisión de liderar a más de mil millones de personas pudiera tomarse entre cuatro paredes sin susurros celestiales ni presiones terrenales—, tiene su origen en el siglo XIII. Fue una consecuencia directa del caótico episodio de Viterbo (1268-1271), cuando las divisiones políticas entre los electores prolongaron la elección durante casi tres años. Los ciudadanos, agotados por la falta de pontífice y quizás de paciencia, decidieron encerrar a los cardenales bajo llave (cum clave, en latín) y reducirles las provisiones de alimentos hasta que, movidos por el hambre o por la inspiración divina, eligieron finalmente a Gregorio X. Este Papa, decidido a que semejante espectáculo no se repitiera, estableció en el Concilio de Lyon II (1274) normas estrictas que incluían el aislamiento de los cardenales y la restricción de sus comodidades: nació así el protocolo del cónclave que, con retoques modernos, persiste hasta hoy.

Aunque en la actualidad se asocia la elección papal con la virtud y los méritos eclesiásticos, conviene recordar que, históricamente, el proceso fue menos celestial y más terrenal. Durante los primeros siglos, la designación del pontífice era influenciada por clérigos locales, nobles romanos e incluso emperadores. En la Edad Media, prácticas como la simonía (venta de cargos eclesiásticos) y el nepotismo (favoritismo hacia parientes) permitieron a familias influyentes —como los Borgia o los Médicis— promover candidatos según su conveniencia. Fue apenas en 1059, gracias a la Reforma Gregoriana impulsada por el Papa Nicolás II, que se reservó oficialmente la elección a los cardenales. Sin embargo, ni siquiera esto pudo blindar el proceso de las pasiones humanas: el Gran Cisma de Occidente (1378-1417), con varios papas autoproclamados en simultáneo, dejó en evidencia que la política no entiende de sotanas. Y aunque técnicamente cualquier varón católico puede ser elegido Papa, desde el siglo XV solo cardenales han ocupado el trono de San Pedro, por su experiencia en la Curia y —no menos importante— por ser una opción más manejable para alcanzar consenso.

Entre los rituales más emblemáticos del cónclave figura el célebre Habemus Papam ("¡Tenemos Papa!"), proclamado desde el balcón de la basílica de San Pedro. Este anuncio, hoy convertida casi en una puesta en escena litúrgica, simboliza la unidad de la Iglesia tras la elección. Curiosamente, en 2013, el recién elegido Francisco rompió el protocolo al aparecer sin la tradicional capa roja (la mozzetta), enviando desde el primer minuto una señal de austeridad que, para algunos, fue tan revolucionaria como su pontificado. No menos teatral es el humo, blanco o negro, que informa al mundo si se ha alcanzado un consenso o si, por el contrario, aún hay debate (o desacuerdo, o estrategia, o todo junto). Antiguamente, el color del humo dependía de la combustión de paja húmeda o seca, pero las ambigüedades del pasado —incluido un gris sospechoso en 1958— obligaron a incorporar productos químicos desde 2005 para garantizar que ni Dios ni la prensa se confundieran.

El sistema de votación, en sí mismo, es un ejemplo fascinante de solemnidad ritual: cada cardenal escribe en una papeleta la frase Eligo in Summum Pontificem ("Elijo como Sumo Pontífice"), la dobla y la deposita en un cáliz, mientras tres escrutadores leen los votos en voz alta. Si ningún candidato alcanza la mayoría de dos tercios, las papeletas se queman con aditivos para producir el consabido humo negro. Una vez elegido, el nuevo Papa es conducido a la llamad
a “sala de las lágrimas”, un pequeño recinto contiguo a la Capilla Sixtina donde se le ofrecen tres hábitos blancos de distinta talla, para que la elección no fracase por problemas de sastrería. El apodo de la sala no es gratuito: se le llama así porque allí, entre lágrimas —a veces de emoción genuina, otras de puro pánico existencial—, el elegido enfrenta por primera vez, a solas, el peso espiritual, político y mediático que implica ser el sucesor de Pedro. Se cuenta, por ejemplo, que Pío XII lloró desconsoladamente en ese espacio al ser nombrado Papa en la antesala de la Segunda Guerra Mundial. Y no era para menos..

La duración de los cónclaves ha sido tan variada como los temperamentos de los cardenales. El más largo, nuevamente el de Viterbo, se extendió durante 34 meses, obligando a Gregorio X a decretar que, tras cinco días, los cardenales solo recibirían pan y agua. Otros, sin embargo, han sido fulminantes: Julio II fue elegido en apenas diez horas. En tiempos más recientes, Benedicto XVI fue elegido en 24 horas, un récord de eficiencia que contrastó con su posterior renuncia en 2013, la primera voluntaria desde 1415, y que aceleró reformas para hacer el proceso más ágil y menos susceptible a sorpresas.

Las anécdotas históricas no tienen desperdicio. En 1903, el emperador Francisco José I de Austria vetó al cardenal Rampolla, favorito para el papado, lo que derivó en la elección de Pío X y, de paso, en la abolición del jus exclusivae (el derecho de veto por parte de monarcas católicos). En 1268, los ya mencionados ciudadanos de Viterbo no solo encerraron a los cardenales, sino que incluso les quitaron el techo del palacio para apurar la decisión. Como resultado, fue elegido Gregorio X, quien, en una ironía monumental, ni siquiera era cardenal. Más recientemente, en 2013, circularon rumores de que algunos cardenales usaban mensajes cifrados en X (antes Twiter) para filtrar información desde el interior del cónclave, lo que obligó al Vaticano a bloquear señales electrónicas en futuras elecciones. Así, la modernidad también tiene sus penitencias.

El juramento de secreto, obligatorio para todos los participantes del cónclave, ha sido desafiado ocasionalmente, más por humanidad que por rebeldía. En 2005, el cardenal Luis Antonio Tagle rompió a llorar al escribir el nombre de Benedicto XVI, gesto que, pese a las normas, trascendió al exterior. Reformas recientes, como el límite de edad de 80 años para participar en la votación y la reafirmación de la mayoría de dos tercios por parte del Papa Francisco, evidencian los esfuerzos por equilibrar tradición, transparencia y una dosis mínima —pero necesaria— de lógica organizacional.

Finalmente, el cónclave es mucho más que una elección: es un espectáculo litúrgico, un ejercicio de poder, un guiño a la historia y una metáfora de la Iglesia misma. Entre susurros, lágrimas y humo —ya no santo, pero sí certificado químicamente— se decide no solo quién guiará a los católicos del mundo, sino también cómo el Vaticano equilibra lo sagrado con lo estratégico, la fe con la diplomacia y el pasado con un presente lleno de redes, cámaras y, quién sabe, algún que otro tuit clandestino.

viernes, 15 de noviembre de 2024

Horas perdidas y estrés diario: El costo Invisible del transporte público en Bogotá

El uso del transporte público en muchas ciudades del mundo se ha convertido en una experiencia traumática para millones de personas, no solo debido a los largos tiempos de desplazamiento, sino también por la incomodidad del viaje. A esto se suman las deficientes condiciones de movilidad, la falta de aplicación de las normas y los abusos cometidos por algunos usuarios en detrimento de los demás, lo que agrava aún más la situación. Este panorama se hace aún más difícil para quienes, después de una jornada laboral agotadora, deben enfrentarse a la realidad de sistemas como el TransMilenio de nuestra Bogotá.

En ciudades como Nueva York o Tokio, los ciudadanos pueden tardar entre 45 y 50 minutos en el metro, o hasta una hora y media en automóvil, para desplazarse diariamente en trayectos de unos 20 km. En otras metrópolis, como Nueva Delhi o Ciudad de México, este tiempo puede ser incluso mayor. Sin embargo, en Bogotá, los tiempos para recorrer distancias similares son significativamente más largos, alcanzando las dos horas. Además, durante las horas pico, estos tiempos pueden aumentar considerablemente.

Este fenómeno se debe a una combinación de factores, como el cierre de vías para priorizar el transporte escolar, obras, los trancones provocados por incidentes menores, la alta presencia de motocicletas y la intervención de agentes de tránsito que favorecen el acceso a la mal llamada "autopista". Adicionalmente los retenes policiales en lugares poco apropiados que contribuyen a agravar aún más la congestión.

Ahora bien, ¿qué sucede en el transporte público durante estas largas horas? En el caso del TransMilenio, la situación es desalentadora. Es común encontrar cantantes, vendedores ambulantes, exconvictos y personas en situaciones difíciles, como quienes piden ayuda alegando estar a punto de ser desalojados. Si bien algunos de estos casos pueden ser genuinos y reflejan la dura realidad social del país, otros parecen tener la intención de conmover a los pasajeros.

Este ambiente contribuye al caos, especialmente en las horas pico, cuando las ofertas de productos se presentan tanto al frente como al fondo del bus, y las historias de quienes solicitan apoyo se expresan en un tono que, en ocasiones, puede percibirse como reproche, acusando a los pasajeros de indiferencia o grosería. Esta reacción, por lo tanto, no sorprende, dado el alto nivel de saturación que generan estas interacciones repetitivas. Además, en cualquier momento pueden aparecer olores desagradables que obligan a los pasajeros a intentar abrir las ventanas o las escotillas —si la estatura se lo permite—, o incluso cubrirse la boca con una prenda o la mano, aunque esto último resulte inútil para algunos. 

Evidentemente, no todo es negativo. Hay personas que suben al transporte llevando mensajes alentadores, promoviendo cultura a través de la venta de libros, cantando para evocar hermosos recuerdos, o transmitiendo mensajes sociales mediante el rap o con instrumentos que producen melodías armónicas y un volumen adecuado para ser disfrutadas.

Aunque algunos sugieren que el tiempo en el transporte público podría aprovecharse para leer o descansar, la realidad es muy distinta. Los equipos portátiles de sonido de los cantantes superan con creces los niveles de ruido recomendados, la falta de espacio obliga a los pasajeros a adoptar posturas incómodas, y los movimientos bruscos del vehículo aumentan la sensación de agotamiento y estrés. Estas condiciones, por lo tanto, hacen que el trayecto esté lejos de ser productivo o relajante. De hecho, según las normativas de transporte público, ni las ventas ni el uso de música a altos volúmenes deberían permitirse, ya que más que entretenimiento, esto se convierte en contaminación auditiva, afectando la salud de los usuarios.

El cambio es, por tanto, necesario e inevitable. Lo primero es recuperar el respeto hacia el ciudadano, ofreciendo planes y alternativas que mejoren la experiencia de quienes utilizan este servicio. Ahora que estamos bajo un gobierno que, en teoría, promueve la justicia social, tanto a nivel nacional como local, este es el momento adecuado para abordar seriamente estos problemas y poner fin a aquellas prácticas que fueron tan criticadas por quienes hoy ostentan el poder en la ciudad.

domingo, 10 de noviembre de 2024

Entre aguas turbias y solidaridad: crónica de un caos en la Autopista Norte

Desde el 13 de noviembre de 1985 no había vivido un evento con tanta tensión. En aquella ocasión fue la avalancha del Nevado del Ruiz, que se llevó a más de 23 mil personas. Hoy, esa angustia volvió a instalarse en mí, esta vez por otro desastre natural: una inundación en la Autopista Norte, entre las calles 190 y 222. Lo que experimentamos fue un reflejo de la inoperancia de nuestras autoridades distritales, e incluso de quienes ostentan los más altos cargos en nuestra querida república. No obstante, en medio del caos, también hubo un lado positivo: conocimos a personas que, de no ser por este suceso, jamás habríamos cruzado en nuestras vidas. Gente que ofreció su ayuda desinteresadamente, conformándose con un simple "gracias" como recompensa, lo cual fue una grata sorpresa en un día tan difícil.

El día comenzó como cualquier otro. Me levanté a las 4 a.m. con la radio encendida y me permití unos minutos de pereza, aprovechando que no tenía restricción vehicular. Salí de casa a la hora de siempre, encontrándome con el tráfico habitual. El horizonte se teñía de un tono rojizo, pero no le di mayor importancia. Sin clases presenciales por la salida de campo de mis alumnos, aproveché para dar indicaciones finales a algunos sobre sus proyectos. Luego, me sumergí en un curso virtual, seguido de una reunión online por la tarde. Al terminar mis obligaciones, llené un formulario crucial para mi vida y, con el día laboral cerrado, me dispuse a salir en mi carro, como de costumbre.

La lluvia de esa tarde parecía inofensiva al principio, solo una más de las tantas que mojan la ciudad. Pero al acercarme a la Autopista Norte, noté que la vía ya estaba encharcada y llena de huecos, algo que, siendo sinceros, es lo normal por aquí. Apenas avancé unos 100 metros sobre la autopista cuando nos quedamos todos atascados en un monumental embotellamiento. Lo que comenzó como una simple fila de autos pronto se transformó en un caos total. 

Lo primero que llamó mi atención fue ver cómo las motos invadían la ciclovía, buscando desesperadamente algún escape. La inundación no tardó en llegar; en cuestión de minutos, la vía se anegó y pronto no hubo más opción que abandonar los vehículos. Solté algún improperio cuando el agua me alcanzó "hasta la cintura" (aunque, siendo honestos, a otros quizás no tanto), lo cual tampoco dice mucho, considerando mi baja estatura. Para colmo, el agua estaba en un estado deplorable. Ya a salvo en la orilla, me encontré con Laura, una colega de la UDCA, que también estaba viviendo la misma odisea. Fue entonces cuando recibí la primera sorpresa positiva de la noche: su familia, que llegó al rescate, nos ofreció algo de comida y bebida. Un gesto sin duda muy grato en medio del caos.

A partir de ahí, el panorama fue de una solidaridad improvisada que, aún en la adversidad, dejó una impresión imborrable. La Cruz Roja, el cuerpo de bomberos, un grupo de altruistas en vehículos 4x4 y botes inflables se movilizaron para rescatar a niños y personas con movilidad reducida habían quedado atrapados en rutas escolares o que también habian tenido que abandonar su carros. 

La ciclovía se convirtió en una vía de emergencia para cuatrimotos, buggies y otros vehículos especiales que ayudaban en los rescates. Mientras tanto, dos helicópteros sobrevolaban la zona, sin que entendiera su propósito; desde abajo, parecía que con un solo sobrevuelo habría sido suficiente para evaluar la situación. Quemaron combustible inútilmente cuando la verdadera ayuda debía llegar por tierra, o mejor dicho, por el río improvisado en que se había convertido la autopista.

Hacia las once de la noche, cuando el nivel del agua empezó a bajar, comenzaron a remolcar los vehículos. Muchos con certeza la electrónica destrozada. Sin embargo, los más grandes —buses del SIT, volquetas y tractomulas— encendieron sin problema. Los voluntarios en sus todoterrenos, coordinando con bomberos y la Cruz Roja, se convirtieron en los héroes de la noche, dando instrucciones, enganchando carros y empujando con una energía inagotable. Logré llegar a la calle 198, donde, después de casi 10 horas en el frío, tomé mi primera bebida caliente. Creí que la hipotermia se apoderaría de mí, pero al menos un cigarro (sí, mal hábito, lo sé) me devolvió algo de calor.

Con la ayuda de un mayor de la policía, transferí el pago al conductor de la grúa, quien finalmente me permitió dejar el carro en un parqueadero para que el seguro lo tomara en custodia y realizara las evaluaciones correspondientes. Mi última sorpresa, y esta vez positiva, fue que los oficiales de policía se ofrecieron a llevarme hasta casa. No me hice rogar; a las 3:30 de la mañana del 7 de noviembre, por fin llegué. Un baño era necesario después de haber estado expuesto al agua contaminada del caño de la Autopista Norte. Luego, una taza de leche caliente con un toque de café, y a dormir.

Esta noche fue más que una prueba de paciencia; fue un recordatorio de lo que significa mantenerse en pie ante la adversidad. No se trató solo de cruzar una autopista convertida en río, sino de comprender que, a pesar de las fallas sistémicas de quienes administran nuestra ciudad, seguimos adelante. Al final, no sé si mi auto volverá a encender, pero sí sé que experiencias como esta nos enseñan que, aunque estemos a la deriva, siempre existen formas de encontrar un camino seguro, incluso si es gracias a la ayuda desinteresada de manos desconocidas.

martes, 10 de septiembre de 2024

El costo ambiental de nuestros placeres: La Contaminación oculta detrás de bebidas y alimentos

En un mundo donde el placer y la gratificación instantánea dominan nuestros hábitos de consumo, productos como las bebidas carbonatadas, los licores y el pan son parte importante de nuestra cultura. Sin embargo, detrás de la efervescencia de una gaseosa y el brillo de un licor, se esconde un problema cada vez más alarmante: la contaminación.

Las bebidas carbonatadas; cervezas, vinos espumosos, por ejemplo, emiten grandes cantidades de dióxido de carbono (CO2). La producción de refrescos y bebidas gaseosas contribuye a las emisiones de CO2 anualmente. Esto está respaldado por investigacines que examina las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) asociadas con varias bebidas, incluidos los refrescos (La cadena alimentaria contribuye a una parte sustancial de las emisiones de gases de efecto invernadero). Desde la extracción del azúcar hasta el envasado y transporte, cada paso del proceso genera gases de efecto invernadero.

Los licores, considerados un lujo para el placer, también tienen un impacto ambiental considerable. La producción de bebidas destiladas como el whisky y el vodka requiere la fermentación de grandes cantidades de granos o vegetales, generando emisiones significativas de CO2 en su fermentación. Además, su transporte global aumenta aún más su huella de carbono (huella de carbono de las bebidas alcohólicas).

El pan, alimento básico en muchas culturas, también contribuye a la contaminación. La industria panificadora, dependiente de la agricultura intensiva y la producción masiva de harina, libera enormes cantidades de CO2 (el pan y su proceso de elaboración). Desde la deforestación para expandir los campos de trigo hasta el uso intensivo de fertilizantes y pesticidas, hasta la leudación, cada paso en la cadena de suministro del pan contribuye a la crisis climática.

Incluso la producción de alcohol carburante, considerada una alternativa más "verde" a los combustibles fósiles, tiene su propio impacto ambiental, se produce CO2 además del alcohol en la fermentación por levaduras (impacto ambiental de la producción del acohol).  Aunque podría reducir las emisiones de CO2 al reemplazar los combustibles convencionales, la producción a gran escala de biocombustibles enfrenta desafíos como la deforestación y la competencia con la producción de alimentos.

En conjunto, estas industrias alimentan un ciclo de consumo insostenible que amenaza la salud del planeta. Mientras las cifras de emisiones continúan aumentando, es crucial reconocer el verdadero costo de nuestros placeres y trabajar hacia un futuro más sostenible, donde el disfrute humano no se logre a expensas del medio ambiente. La borrachera por la producción de CO2 que embriaga a nuestro planeta debe dar paso a una sobriedad ecológica que permita su recuperación y preservación para las futuras generaciones

Las industrias de bebidas carbonatadas, licores, pan y alcohol carburante son grandes emisores de CO2. Es esencial que adopten prácticas más sostenibles para reducir su huella de carbono y ayudar a mitigar el cambio climático. Sin un compromiso real, seguiremos disfrutando de nuestros placeres mientras el planeta paga la factura.



lunes, 9 de septiembre de 2024

Rompiendo barreras: el poder del deporte paralímpico y el camino hacia una verdadera inclusión

Una cosecha de medallas que superó todas las expectativas, demostrando el inmenso talento de nuestros atletas paralímpicos en París 2024. Fueron veintiocho medallas: siete de oro, siete de plata y catorce de bronce, obtenidas entre más de 4400 deportistas de 185 Comités Paralímpicos Nacionales. Un logro extraordinario que resonó con fuerza en el corazón de todos los aficionados al deporte. Estos atletas, verdaderos héroes, no solo alcanzaron los podios, sino que también batieron récords mundiales y olímpicos, evidenciando que la discapacidad no es un límite, sino una oportunidad para la excelencia.

No obstante, a pesar de esta hazaña deportiva, la cobertura mediática fue insuficiente, al igual que el reconocimiento institucional. Surge entonces una pregunta inquietante: ¿por qué estos gigantes del deporte no recibieron la misma atención que otros atletas? ¿Por qué no se desplegaron equipos de periodistas para contar sus historias y transmitir la emoción de sus triunfos? ¿Acaso no merecen el mismo respeto y admiración?

Como sociedad, nos enorgullecemos de promover la inclusión y la equidad. Sin embargo, la realidad demuestra lo contrario. Nuestros espacios públicos, diseñados en su mayoría para personas sin discapacidad, aún presentan barreras arquitectónicas que limitan la movilidad de muchos de estos atletas. ¿Cómo podemos conciliar esta contradicción?

Los Juegos Paralímpicos nos han mostrado que el deporte tiene el poder de unir a las personas e inspirar a millones. Es momento de que la sociedad en su conjunto reconozca y valore el esfuerzo, la dedicación y las victorias de estos atletas excepcionales. Solo así podremos construir un mundo verdaderamente inclusivo.

Más allá de los logros obtenidos en las competencias, los sueños que cada atleta albergaba al competir iban más allá de las medallas: el deseo de tener una casa, brindar bienestar a sus familias, y superar desafíos personales. Estos sueños son mucho más grandes que cualquier himno nacional. Cuando regresen a casa, esperamos que esos sueños no se desvanezcan y que todas las promesas que se les han hecho se materialicen. Que se cumpla aquello de "soñar despierto" y que con renovada esperanza inicien un nuevo ciclo rumbo a Los Ángeles 2028.

domingo, 11 de agosto de 2024

París 2024: Luchando por la Supervivencia en el Escenario Deportivo

Los Juegos Olímpicos de París 2024 nos recordarán, de forma irónica: que un deporte en el que Colombia rara vez se destaca, la gimnasia, encontramos nuestra primera medalla. Ángel Barajas, un cucuteño de tan solo 17 años, logró arrancarnos una sonrisa con su brillante rutina, subiendo al podio con la medalla de plata. Este logro inesperado fue seguido por otras preseas plateadas de Yeison López en la categoría de 89 kg y Mari Leivis Sánchez en los 71 kg. El broche final lo puso Tatiana Rentería, quien, con un esfuerzo titánico en la lucha estilo libre de 76 kg, nos recordó que detrás de cada medalla hay una batalla personal sin igual.

La Olimpiada, cargada de emociones desde el primer día, nos llenó de esperanzas con nuestras guerreras del fútbol, arqueros, judokas y boxeadores. Sin embargo, los resultados no estuvieron a la altura de las expectativas. La cosecha de medallas no se comparó con la de Tokio, y mucho menos con el punto más alto alcanzado en Londres 2012. El desempeño en la capital francesa dejó un sabor agridulce en los corazones colombianos.

Nuestros atletas llegaron a París con la misma determinación y espíritu que los caracteriza. Mariana Pajón, la reina indiscutible del BMX, intentó añadir otro triunfo a su legendaria carrera, pero el podio esta vez le fue esquivo. Junto a ella, otros veteranos buscaron una última hazaña antes de despedirse del deporte, pero la competencia fue feroz y, aunque lo dieron todo, los resultados no los acompañaron.

Por otro lado, emergieron jóvenes promesas como Ángel Barajas. Siendo realistas, nuestras expectativas en gimnasia no eran altas; este deporte, dominado por chinos, japoneses, coreanos y estadounidenses, rara vez nos permite soñar. Y, claro, también estaban aquellos que apenas lograron las marcas mínimas para clasificar. A pesar de su entusiasmo y esfuerzo, sus registros aún distan mucho de los mejores del mundo. Sin embargo, su participación en París 2024 les brindó una valiosa experiencia que, sin duda, será fundamental para su crecimiento.

En muchos deportes, nuestros atletas se midieron con la élite mundial, lo que hizo aún más difícil la posibilidad de ganar una medalla. El tiro con arco, por ejemplo, es un dominio casi exclusivo de los coreanos. En otras ocasiones, la fortuna simplemente no estuvo de nuestro lado; detalles minúsculos y decisiones arbitrales marcaron la diferencia entre la gloria y la derrota.

No podemos reprochar a nuestros deportistas por los resultados. Ellos pusieron todo su esfuerzo y dedicación en cada competencia. Quizás el lunar más notorio fue el caso del ciclista Fernando Gaviria, quien aceptó participar a sabiendas de que no era parte del ciclo olímpico, en detrimento de Juan Esteban Arango, quien había contribuido más para conseguir el cupo olímpico. Pero este desempeño general nos invita a reflexionar sobre el apoyo y la estructura que nuestros atletas necesitan desde el comienzo de sus carreras.

Si queremos que Colombia vuelva a brillar en el medallero olímpico, necesitamos un cambio profundo en la forma en que apoyamos a nuestros deportistas. No se trata solo de prepararse para Los Ángeles 2028, sino de un compromiso constante desde las primeras etapas de formación. Las escuelas deportivas deben contar con tecnología de punta, entrenadores capacitados, nutricionistas y psicólogos. Además, es vital que los atletas reciban compensaciones adecuadas que les permitan llevar una vida digna, tanto para ellos como para sus familias.

Es fundamental que cuenten con seguros que los protejan en caso de lesiones, para que puedan continuar con una vida plena y productiva. La formación deportiva debe ir acompañada de una educación profesional sólida, de modo que, al concluir su carrera deportiva, puedan llevar una vida digna y contribuir a la formación de futuras generaciones de atletas.

Es evidente que la dirigencia también tiene una gran cuota de responsabilidad en estos resultados. Han pasado cinco años desde la creación del Ministerio del Deporte, y lo único que parece haber crecido es la burocracia: ministro, viceministros y un sinfín de personal que desvía recursos esenciales del deporte. Como siempre, la delegación colombiana parecía más numerosa en dirigentes que en atletas. Y para colmo, ahora han reducido los recursos destinados al deporte, mientras promulgan que los jóvenes deben hacer actividades que conduzcan a la salud física y mental. Una contradicción evidente.

Si aspiramos a mejorar, el camino no será sencillo, pero París 2024 nos deja muchas lecciones. No solo debemos clasificar con más deportistas, sino mejorar sus marcas. Nuestros atletas ya tienen las cualidades necesarias: son valientes, dedicados y talentosos. Con el apoyo adecuado, pueden alcanzar grandes logros y devolverle a Colombia el lugar que merece en el panorama olímpico mundial. Ahora, más que nunca, es el momento de invertir en nuestros jóvenes y brindarles las herramientas necesarias para que puedan brillar en Los Ángeles 2028 y más allá.

Colombia puede y debe soñar con un futuro olímpico lleno de éxitos. Esta es la oportunidad para renovar nuestro compromiso con el deporte y con los atletas que nos representan con tanto orgullo en el escenario mundial.