jueves, 31 de julio de 2014

Los huecos en las vías, trampas mortales

Al caminar por la calle, viajar en transporte público —sin importar cuál—, conducir un vehículo particular o, más recientemente, una motocicleta, uno se expone a diversas situaciones peligrosas. Esto no se debe exclusivamente a los transeúntes o a la interacción con otros vehículos, sino al deplorable estado de las vías en Bogotá, y posiblemente en muchas otras ciudades. Un hueco profundo, una tapa de alcantarilla desaparecida o un parche mal hecho que quedó como un resalto —taparon un hueco a medias—, son algunas de las problemáticas más comunes.

El estado actual de las vías exige una mayor atención a los múltiples factores de riesgo, siendo los huecos el más frecuente. Si uno logra esquivar alguno, eventualmente caerá en otro que se encuentra oculto —generalmente lleno de agua—. El impacto es inevitable y la reacción inmediata viene acompañada de interjecciones nada amables hacia los administradores del Distrito Capital. Este golpe inesperado puede ocasionar que un rin necesite ser rectificado, una llanta reviente o incluso que un amortiguador deba reemplazarse —o peor aún, los dos—. En casos más graves, estos incidentes pueden causar lesiones permanentes o incluso la pérdida de vidas. Para fortuna de los responsables de las vías, esto significa un usuario menos en las calles. Esta situación ocurre con tanta frecuencia que quienes no la padecen quizás ni siquiera la imaginen.

Después de que la rabia inicial disminuye, el usuario afectado se pregunta: ¿quién es responsable del mal estado de las vías? ¿Quién responde por los daños causados a los bienes debido a estas condiciones? Y más aún, ¿a dónde va a parar el dinero recaudado por los impuestos que se pagan por el uso de los vehículos y el consumo de gasolina?

Las respuestas, con toda probabilidad, se encuentran en los tribunales, donde muchos de los responsables de la construcción de las vías se defienden, justifican la desviación de recursos, el uso de materiales de baja calidad o, sencillamente, los estudios mal realizados.

Pero, ¿dónde están las instituciones que deberían defender a los ciudadanos? La personería, la Defensoría del Pueblo, los representantes elegidos: congresistas, diputados y concejales, a quienes en su momento se les creyó. Y, por supuesto, la conciencia oscura de quienes no cumplen con sus obligaciones.

Una de las grandes frustraciones para el ciudadano es que, si no paga los impuestos dentro de los plazos establecidos, enfrenta sanciones y cargos por mora. No obstante, cuando la administración incumple con el uso adecuado de los recursos recaudados, no existe compensación alguna.

¿Qué tiene que suceder para que los administradores de la ciudad no solo reconozcan el problema, sino que actúen al respecto? Tal vez, que alguien cercano a procuradores, ministros o cualquier figura pública relevante caiga en un hueco. Entonces, las indemnizaciones no se harán esperar. Se desplegará un operativo para encontrar al responsable del robo de la tapa de alcantarilla —si es que fue la causa del accidente—, con una jugosa recompensa para quien lo denuncie y permita resarcir el daño causado a uno de nuestros "líderes públicos".

Finalmente, lo que sí hacen con rigurosidad los organismos de control es indagar en las bases de datos para detectar a los ciudadanos que no están al día con sus impuestos, calificarlos de evasores, inundarlos de notificaciones de cobros coactivos, amenazarlos con sanciones y obligarlos a presentar derechos de petición. Después de largos procesos, el ciudadano terminará pagando —tal vez la propia administración ha fomentado este tipo de evasión—.

¿Será posible que algún día tengamos una administración que se distinga por sus buenas acciones?

martes, 22 de julio de 2014

Odisea para cumplir con el horario de entrada al trabajo


Veintiséis kilómetros separan el Portal 80 de la calle 222 con carrera 55. Saliendo del portal a las 5:30 a.m., un vehículo particular tarda unos treinta minutos en completar el trayecto. Sin embargo, si se sale media hora después, el tiempo aumenta en quince minutos. Con una salida a las 6:30 a.m., el recorrido puede superar una hora y quince minutos. Si ocurre un accidente leve, habrá que prever aún más tiempo. Y, en caso de dos accidentes, el trayecto podría extenderse hasta dos horas.

¿Qué provoca que en tan pocos kilómetros el tiempo de viaje aumente tanto? En principio, la desorganización del tránsito: la entrada y salida de buses de Transmilenio en el Portal 80, la concentración de servicio intermunicipal que llega y sale de la estación, los autos mal estacionados en las vías y, en general, la anarquía presente en las calles. A esto se suman las eventualidades que surgen durante el trayecto hacia el trabajo.

Desde el Portal hasta la Avenida Boyacá, la duración de los semáforos varía cada día: algunos días son muy largos, otros parecen demasiado cortos. Algo particular ocurre cerca de la estación La Granja, donde los carros intentan entrar por la carrera 82, la cual está ocupada por contratistas de Claro, lo que intensifica la sensación de caos.

Con buena suerte, se llega a la calle 150, pero ahí comienza el verdadero calvario. En los cuatro carriles de la "Autopista Norte" se produce un embotellamiento debido a la convergencia de la zona vehicular, la línea de Transmilenio y dos carriles más en la vía paralela. Luego, el flujo vehicular aumenta con los dos carriles adicionales provenientes del puente de la calle 170, que se dirigen hacia el norte. En el puente peatonal del Portal Norte, los buses intermunicipales provocan un represamiento "autorizado", lo que ralentiza el tráfico a menos de diez km/h. Los esfuerzos de los agentes de tránsito para que los buses circulen resultan infructuosos. En cualquier momento, se puede observar un helicóptero sobrevolando la zona, ¿monitoreando el atasco? ¿El costo de cada vuelo mejora el tránsito?

Lo inaudito vuelve a aparecer con el irracional aumento del tráfico. Algunos buses intermunicipales regresan por el puente del centro comercial Santa Fe en busca de más pasajeros, realizando peligrosas maniobras desde el carril de salida de la estación hasta el carril externo de la autopista. Es necesario estar atento y contar con buenos frenos para responder ante estos conductores imprudentes.

El embudo se agrava donde termina la línea de Transmilenio: de seis carriles se reduce a tres, y suelen aparecer agentes de tránsito controlando la restricción o atendiendo algún accidente. A partir de ese punto, los retornos, lentos, alimentan el carril rápido, y para tomarlos se forman varias filas, lo que reduce aún más la velocidad.

Hasta aquí no hemos mencionado dos de los factores de riesgo más comunes: las motocicletas, que pueden aparecer por cualquier lado y, en muchas ocasiones, protagonizan accidentes; y los reductores de velocidad invertidos —es decir, los profundos huecos— causados por la falta de mantenimiento de las vías. Los daños que estos ocasionan a los vehículos deberían ser reconocidos por el Distrito Capital.

El escenario descrito bien podría ser el mismo en gran parte de la ciudad. Los eventos serían similares, la intervención de las autoridades de tránsito igualmente ineficaz, y los proyectos destinados a solucionar el problema seguirían estancados. Con certeza, las soluciones no se encuentran en las propuestas de los candidatos ni de los alcaldes que buscan permanecer en el cargo. Mientras tanto, los ciudadanos responsables, que tratamos de cumplir con nuestros horarios laborales, vemos cómo esto puede ser un factor determinante en la renovación de nuestros contratos.